A mediados del siglo VIII, el reino franco de Pipino III el Breve adoptará la liturgia romana. Así los cantores romanos cruzan entonces los Alpes y la transmiten los cantos litúrgicos de Roma de manera oral, puesto que los manuscritos contenían los textos de los cantos pero no su melodía. Así en el norte de la Galia aparece un nuevo repertorio, fusión de elementos del canto romano y del galicano.
Con Carlomagno, y gracias a los monasterios benedictinos que lo difunden por toda la cristiandad de Occidente, lo que se conocía ya como “canto gregoriano” alcanza su máximo esplendor. Durante el siglo X, el repertorio irá aumentando y se copia en manuscritos con distintas notaciones musicales. La lenta introducción del tetragrama en el siglo XI permite una transmisión más precisa de las melodías.
Al final de la Edad Media, con la aparición de la polifonía, que deforma la frase, la melodía y sobre todo el ritmo del texto, el canto gregoriano entra en una etapa de declive progresivo. Tras ser descartado por el Renacimiento y el Protestantismo, se hicieron muchos intentos para restituir el canto gregoriano en base a la música moderna de principios del siglo XVII. Desfigurado y desnaturalizado, pierde su pureza y su poder expresivo al servicio de la plegaria de la Iglesia.
Fue Dom Próspero Guéranger (1805-1875) quien tomó la iniciativa de restaurar el canto gregoriano a través de los manuscritos antiguos que se habían conservado. Este arduo trabajo, que la Iglesia encargó a la Abadía de Solesmes tras León XIII, se fue realizando en el taller de paleografía gregoriana del monasterio. Éste sigue en activo hoy en día para que, como deseaba el papa Pío X, todo el mundo pueda rezar ayudado por la belleza de la música.
Formas musicales gregorianas
El canto gregoriano forma parte de la tradición de la Iglesia Católica. Éste tiene, por su propia naturaleza, un lugar central en la liturgia, en la celebración y la plegaria del pueblo de Dios. El repertorio gregoriano se encuentra en los libros litúrgicos, principalmente en el Gradual para las piezas que se emplean la Misa y el Antifonario para las del Oficio Divino.
Los cantos de la Misa
El Gradual, libro que contiene las piezas gregorianas cantadas durante la Eucaristía, se compone de tres grandes partes: el Propio, el Común y el Ordinario.
El Propio contiene las piezas para cada domingo del Año litúrgico (Adviento, Cuaresma, Pascua, Tiempo ordinario), las fiestas del Señor y las de los santos. Estas piezas son: el Introito, el Gradual, el Aleluya, el canto de ofertorio y el canto de comunión. También contiene los tractos, que se cantan antes de la lectura evangélica en las Misas de Cuaresma, y las cuatro secuencias (Victimæ paschali laudes, Veni Sancte Spiritus, Lauda Sion, Stabat Mater).
El Común reúne las piezas que se cantan en las fiestas de los santos que no tienen piezas propias. Así se agrupan en las piezas en diferentes grupos de comunes según las categorías de los santos.
Además de los cánticos del Propio y el Común, la celebración de la misa incluye cantos con texto fijo, independientemente del día o fiesta: el Ordinario, que incluye el Kyrie, el Gloria, el Credo, el Sanctus y el Agnus Dei. El gradual ofrece distintas melodías para las piezas del ordinario, que se eligen dependiendo del tiempo litúrgico y de las categorías de las fiestas.
El Oficio Divino
Siete veces al día, la comunidad se reúne en la iglesia para llevar a cabo la obra principal de toda vida monástica: el Oficio Divino (Opus Dei, la obra de Dios), la plegaria cotidiana de la Iglesia. Las diferentes horas litúrgicas envuelven, preparan y prolongan la celebración diaria de la Eucaristía.
El Oficio Divino santifica el día entero mediante la alabanza divina. En distintas partes del Oficio (antífonas, salmodia, responsorios, cánticos evangélicos) están recogidas en Antifonario, tanta para la celebración de los diversos tiempos litúrgicos como para las fiestas del Señor y de los Santos. Las melodías correspondientes al Oficio se encuentran en el Liber Hymnarius.